Wilder Fernández, un joven pescador del occidente de Venezuela, captura con una red cuatro peces de buen tamaño en las aguas oscuras de una pequeña bahía al norte del lago de Maracaibo, uno de los más extensos de América. Será la cena de su equipo antes de salir a navegar hasta la noche, en una jornada de pesca a la que últimamente tiene miedo de participar.
Con 13 años en el oficio, confiesa que teme morir en sus labores en esas aguas que conectan con el mar Caribe, ya no a manos de algún asaltante de la noche, como años atrás, sino, quizás, por munición extranjera.
«Eso es una locura, varón», expresa sobre la presencia al norte de su país de buques, aviones caza, un submarino y miles de tropas de las fuerzas armadas de Estados Unidos como parte de un operativo militar contra presuntas organizaciones «narcoterroristas» que, según la Casa Blanca, tendrían vínculos con el gobierno de Nicolás Maduro.
Y este miércoles el presidente Donald Trump dijo que EE.UU. está también evaluando una posible incursión terrestre, en una declaración en la que confirmó que autorizó a la CIA realizar operaciones encubiertas en Venezuela.

Fernández, quien viste un par de botas manchadas por las manchas del petróleo escondido bajo las aguas, está al tanto de esas noticias.
Aunque los bombardeos han tenido lugar a miles de kilómetros de donde pesca, su esposa trata a diario de convencerlo de que se aleje del lago de Maracaibo, situado en Zulia, el estado más poblado de Venezuela.
«Me dice que me deje de la ‘pesquería’, que busque otro trabajo, pero ¡si no hay pa’ dónde correr!», advierte, al tiempo que reconoce que, a pesar de la distancia, no descarta que la ofensiva pudiera alcanzar en algún momento su embarcación, «aunque sea por error».
«Claro que preocupa. Uno nunca sabe. Todos los días lo pienso, varón», apunta este padre de tres hijos antes de marcharse a asar unas arepas.
Al día siguiente de su conversación con BBC Mundo a orillas del lago de Maracaibo, el presidente Trump anunció en su red Truth Social de la última de los ataques en aguas internacionales «frente a las costas de Venezuela».
En la operación fallecieron «seis narcoterroristas», informó el mandatario.
Y añadió que la inteligencia estadounidense había «confirmado que el buque transportaba narcóticos, estaba asociado con redes narcoterroristas ilícitas y transitaba por una ruta conocida» presuntamente utilizada por carteles de la droga.
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El gobierno de EE.UU. señala al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de liderar uno de esos grupos, el denominado Cartel de los Soles, y ofrece una recompensa de US$50 millones a cambio de información que lleve a su arresto.
Maduro rechaza tales acusaciones, calificándolas de un intento de la Casa Blanca de derrocarlo.
Mientras, su ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino López, tras denunciar el 2 de octubre que cinco aviones caza F-35 de Estados Unidos habían violado el espacio aéreo del país, ha advertido que Venezuela debe prepararse «para lo peor».
Según el ministro, su nación se encuentra ante una «amenaza seria», que incluiría «bombardeos aéreos, bloqueos navales, incursiones de comandos sigilosos en selvas y playas, enjambres de drones, ejecuciones quirúrgicas contra líderes y sabotajes».
Venezuela también denunció la posibilidad de un ataque estadounidense «en el muy corto plazo» ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas la semana pasada.
John Kelley, consejero político de la misión de EE.UU. ante la ONU, reiteró que la Casa Blanca no reconoce a Maduro como presidente de Venezuela y subrayó que su país «no dudará» a la hora de proteger a sus ciudadanos «contra los narcoterroristas».

Mientras tanto, los ataques estadounidenses contra botes en el Caribe han socavado «la seguridad del pescador» en Venezuela, le dice Jennifer Nava, vocera del Consejo de Pescadores y Acuicultores Artesanales de la parroquia zuliana de El Bajo, a BBC Mundo.
Los pescadores «evitan realizar sus jornadas en mar abierto» y temen terminar siendo víctimas de un posible «fuego cruzado» entre militares y supuestos narcotraficantes, afirma la representante de un sector con más de 115.000 integrantes.
Ese temor puede terminar de empeorar la economía del sector pesquero y perjudicar «la estabilidad del entorno familiar» de los trabajadores, exponiéndolos, según Nava, a redes criminales que buscarían reclutarlos como transportistas de armas y narcóticos.
«Algunos de los muchachos se ven tentados a que los utilicen para llevar armamentos y drogas. Les llegan esas personas que están traficando», asegura.
Ante ello, el nerviosismo es la pesca diaria en esas aguas.
La mayoría de la tripulación de las dos lanchas pesqueras de Usbaldo Albornoz, con 32 años de experiencia en el lago de Maracaibo, se resistió a trabajar en cuanto el mes pasado comenzaron a circular las noticias sobre lanchas bombardeadas en el Caribe.
«Fue preocupante. Los muchachos no querían salir a pescar», le dice a BBC Mundo bajo una sombra en las playas del municipio San Francisco de Zulia, casi en la boca de salida hacia el golfo de Venezuela.

El miedo por los ataques encabeza una larga lista de complicaciones que enfrenta su oficio y que incluye la piratería, la contaminación por derrames petroleros y la reducción de las ganancias en los últimos años, dice.
El presidente Trump estableció que EE.UU está inmerso en un «conflicto armado» formal con los cárteles de la droga que su gobierno designó como organizaciones terroristas y que los presuntos narcotraficantes de estos grupos son «combatientes ilegales», según una notificación confidencial enviada al Congreso.
La Casa Blanca ha calificado los ataques contra lanchas en el Caribe como «autodefensa» bajo el amparo de leyes de la guerra, mientras los críticos de Trump y expertos en seguridad los denuncian como actos ilegales.
Decenas de embarcaciones con cientos de pescadores navegaron el lago de Maracaibo a finales de septiembre para manifestar su apoyo al gobierno venezolano ante el despliegue militar estadounidense.
Y es que, más allá del temor, también hay quienes en Venezuela muestran valentía ante la amenaza de ataques de EE.UU. y cierran filas con el gobierno de Maduro.
Uno de ellos es José Luzardo, otro de los voceros principales de los pescadores de El Bajo.
Con casi 40 años dedicado a la pesca, acusa a EE.UU. de estar «apuntando los cañones hacia nuestra Venezuela». Jura que no tiene miedo, que daría la vida por su país.

«El gobierno de Donald Trump nos tiene presionados. Si tenemos que dar nuestras vidas para defender al gobierno, lo vamos a hacer y que se resuelva el problema», concluye Luzardo, dándole la espalda a un petrolero fondeado en el lago de Maracaibo.
Los pescadores no quieren guerra, sino «paz y trabajo», subraya, aunque se indigna al recordar lo que llama la «barrera militar» desplegada por EE.UU. en el Caribe.
El gobierno venezolano ordenó el mes pasado la movilización y entrenamiento masivo de civiles y milicianos. Más de 16.000 pescadores se inscribieron en las milicias armadas del oficialismo, según el ministro del Poder Popular de Pesca y Acuicultura, Juan Carlos Loyo.
Maduro también ordenó realizar ejercicios militares en los principales estados del país y firmó un borrador de Estado de «emergencia exterior» que le concedería poderes especiales para enfrentar amenazas militares de Estados Unidos.
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Según la vicepresidenta, Delcy Rodríguez, Maduro podría con ese plan movilizar a la fuerza armada, cerrar fronteras, controlar infraestructura estratégica y «ejecutar estrategias de seguridad».
Luzardo, pescador desde los 11 años, dice que el mes pasado participó en la «asamblea antiimperialista» de los pescadores del lago de Maracaibo y promete seguir «luchando, donde se necesite», como lo ordene Maduro y aun a riesgo de muerte.
«Si ellos (Estados Unidos) nos van a matar, que nos maten, pero no tenemos miedo».
 
			








 
    	














