El Ensanche Capotillo es un sector del Distrito Nacional identificado como una zona de alto riesgo por su cercanía con el río Isabela. Sus residentes saben que cuando los aguaceros torrenciales aumentan su intensidad durante varios días, los daños que pueden dejar son devastadores.
Tal es el caso de Fiordaliza Bautista, quien observa angustiada su casa en ruinas, destrozada por el paso de la tormenta tropical Melissa, mientras suspira con cansancio. A prisas, logró sacar algunas pertenencias esenciales de poco peso, pero otras más, como la cama, la nevera y el televisor, se mantienen sepultadas en el lugar.
La escena, que se repite varias veces en su memoria, fue un golpe inesperado. Mientras yacía sentada en la vivienda en compañía de su pareja, un trueno estremecedor ensordeció sus oídos al tiempo que una rama gigante de un árbol se derrumbó sobre su hogar.
La rama demolió gran parte del techo, dejándola en la calle por completo.
Aturdida, salió de la mano de su esposo para buscar refugio entre sus vecinos mientras veía cómo se desplomaba su vivienda. Afirmó que, aun cuando lleva tiempo alojada a orillas con el río Isabela, es la primera vez que un temporal tan fuerte provoca tal desastre en su hogar.
“¡Todo está destrozado, derribó la casa entera, todo se me mojó!”, resopló tras decir esto.
A lo lejos, se pueden observar los estragos de la rama que arrasaron con furia la vivienda, dejando su techo hecho trizas, haciéndola inhabitable.
Contó que la situación la tomó por sorpresa, pues lo poco que consigue solo cubre los gastos de su pareja, quien sufre de broncofonía, una grave afectación pulmonar, y recientemente fue operado. Está desesperada y no sabe qué hacer, por lo que clama por soluciones.
Lucía Bautista tampoco lo pasa mejor que Fiordaliza. Con su edad avanzada, no tiene las fuerzas necesarias para resistir el embate de Melissa. Con un techo de zinc y paredes de block, las filtraciones no paran en estos días, llenando su casa de cubetas y paños para mantenerla lo más seca posible.
Sin recursos económicos y desamparada, Lucía solo resiste el temporal en su humilde hogar mientras pide a Dios quedar con el menor de los daños posibles. Aunque tiene hijas mayores, entre estas Fiordaliza, sabe que sus situaciones no son mejores que la de ella y muchas veces sobrevive por la solidaridad de sus vecinos.
Refugio
Para otros como Enerolisa, Reina y Jesús María, no tienen más opción que huir de sus hogares, ubicados en la ribera del río. Todos son conscientes de las fuertes inundaciones que provoca el desbordamiento del afluente.
Sin otra alternativa, se trasladan al albergue del Centro Educativo El Túnel, enfrentando la incertidumbre del temporal, pero ansiando que sus pertenencias no sean arrasadas.
«Uno se desespera porque cuando hay aguaceros torrenciales es que el río se desborda, entonces uno tiene que luchar para darles la comida a los muchachos y sucesivamente», manifestó Reina mientras se entretenía en la tarea de abrir la cáscara de guandules.
Los alojados en la ribera sacan lo indispensable para sobrevivir al paso de Melissa.
A pesar de que desde hace varios años su calvario de evacuación ha sido siempre el mismo, reconoce que no es del todo de su agrado debido a tener que dejar atrás sus escasas pertenencias.
Para Enerolisa, sin embargo, esta es su primera experiencia en un albergue y su embarazo avanzado le añade angustia a su situación.
En la espera de su quinto retoño, tanto ella como su pareja y demás hijos se apiñan en el lugar, compartiendo la precariedad de un solo colchón.
Por su parte, Jesús María pasa sus días en el albergue realizando chiriperos para seguir sacando el día a día. Al igual que los demás, admitió lo mal que lo pasa en situaciones como estas al observar desde lejos su casa, rogando al cielo que no sea devastada.






















