Éfeso queda lejos en la distancia y en el tiempo. A 9,800 kilómetros de Santo Domingo y a 2,500 años del nacimiento de uno los maestros de la filosofía antigua clave en el devenir de toda la filosofía griega, que es lo mismo que decir, la base de nuestro pensamiento occidental… que [aún] no es poca cosa.
El río sigue fluyendo, nunca ha dejado de hacerlo. Heráclito fue genial al sentenciar que nadie se baña dos veces en el agua del mismo río.
No es el mismo río en las dos ocasiones, ni somos nosotros las mismas personas. El cambio no fue un invento del PRM, es de siempre.
A Heráclito le pasó factura el chismecito con Parménides, y la traducción de su nombre –hecha por Teofrasto– nos hizo creer que era un personaje excéntrico, o, lo que es lo mismo: un tipo raro que se paraba a mirar en modo deprimido al río Caístro desembocando en el Egeo, con anhedonia, sin sertralina y sin Camila.
A pesar de que sus obras se perdieron, podemos especular que fue un genio observador de la naturaleza y sus fenómenos. De ahí que, viendo y observando, llegó a su famosa máxima Panta Rei, como principio base; el Logos, como origen de todo; el fuego, como organizador supremo; y que, seguramente, pudo establecer la relación entre la lluvia, el río y el fluir de todas las cosas… incluyendo la vida misma.
El río, ahora de asfalto, sigue su curso. La lluvia azota la ciudad como si fuera el mismísimo Apocalipsis. Pero sabemos que no es así… que pasará. Que tarde o temprano el sol saldrá, y atrás quedará el recuerdo de las miles de riadas históricas que inundaron la capital, cuando todos los drenajes colapsaron; de los cráteres que abrieron en nuestras calles; de las montañas de basura que flotaban inmundas en el agua fétida que sumergía sin distinción los parqueos subterráneos de los edificios lujosos, y también las humildes casas en donde miles de familias sufren precariamente –en zonas vulnerables–, abandonados por la fe y las autoridades.
De haber estado en Santo Domingo en estos días, quizás habríamos descubierto la perspicacia heraclítea; su sabiduría al comprender todos los desafíos cotidianos y verlos como algo normal, llamado cambio; lo engañoso de aferrarse a esa falsa ilusión de permanencia que se extrapola a todo. No sólo al clima, la lluvia, las tormentas; también el amor, que cambia y muta; la amistad, que muere y nace; las certezas ideológicas, las lealtades políticas, los gobiernos.
Todo cambia en esta capital que a la vez permanece igual, porque todo lo que el futuro nos depara será tan sólo otro chapuzón dentro del mismo río, y, aunque nosotros no seamos los mismos, en cierta forma, por más que evolucionemos, nuestra esencia perdurará.























