De esto se trata el asunto. De definir qué es lo fundamental… y no olvidarlo. Legislar, discutir, aprobar, promulgar las leyes de la República, cumplirlas y hacerlas cumplir.
No hacerlo es la barbarie, la arrabalización institucional que nos agobia. Se ve en el caos vial de los motoristas, en la escuela sin autoridad por un sindicato de docentes alzado. La lista es larga y el lamento profundo.
Cuando falta autoridad, falta todo. Cuando nuestro país es referente a seguir en el turismo continental, y somos el país de mejor estabilidad política, y nuestros niños asisten a una jornada extendida de donde salen alimentados (desayunados, almorzados, merendados), y cada año aumenta el número de guarderías para los hijos de los más necesitados, y millones de dominicanos disponen ya de un seguro de salud; (era una utopía hace apenas 20 años); justo ahora, resulta que somos más pobres que nunca; que una cosa son las limitaciones materiales por necesidades básicas no satisfechas, y otra muy diferente es el terror de vivir en una sociedad institucionalmente abandonada, sin orden, sin respeto a nada en sus calles y sectores, el ciudadano asediado por el miedo, viviendo el infierno de la inseguridad, ¡ay!, porque “ya son las doce y no llega”, la Paola, ni el Huascarín de cada cual no llegan, y en sectores tomados por el microtráfico, la Policía Nacional nunca es parte de la solución y con demasiada frecuencia es parte del problema.
Joder. ¡Ahora sí que somos pobres! Y todo porque el Estado ha ido perdiendo su rol principal de regulador de la vida social, económica, política, cultural; responsable de aprobar leyes en el Congreso Nacional, hacerlas cumplir desde el Poder Ejecutivo con el Poder Judicial como árbitro, (por si acaso), y las Fuerzas Armadas al lado con la exclusividad del uso de la fuerza, no vaya a ser vaina y quiera alguien hacerse el gracioso loco.
Entonces, mientras la extrema derecha del odio racista avanza, impulsada por las autoridades, queda aquí la advertencia:
Un país puede sobrevivir sin partidos, curas, empresarios, periodistas, economistas ni políticos en quienes creer. Puede, incluso, sobrevivir a la ausencia en gris de unos ojos verdetristemar, ¡ay!, perdidos entre adoquines hace un siglo. Pero todo país necesita creer en la posibilidad de que algún día se instalará en el sector el respeto al otro, la tan anhelada institucionalidad, y ya nunca más olvidaremos lo principal: ¡Es la autoridad, dominicanos, es la autoridad!
 
			








 
    	














